“La muerte es sólo un síntoma de que hubo vida” Mario Benedetti

El día de muertos es una tradición mexicana de origen prehispánica; los días principales son el 1 y 2 de noviembre. Sin embargo, últimamente los preparativos inician consemanas de anticipación y es que la belleza y la complejidad de la celebración ha atraído la atención de todo el mundo.

La ofrenda que se coloca en los hogares, escuelas, oficinas, etc.; para conmemorar a nuestros familiares y amigos que han fallecido, suele constituirse por agua, flores de cempasúchil y los alimentos y bebidas favoritos del difunto, así como papel picado, calaveritas de azúcar y chocolate, veladoras, sal, incienso y, por supuesto, el típico pan de muerto.
El pan de muerto es un pan ceremonial, reflejo de la fusión entre dos mundos, el prehispánico y el español, entre la alegría de los pueblos mexicanos por festejar a la muerte y el tradicional uso del trigo en el mundo católico europeo. Nuestro país se inunda durante octubre y la primera semana de noviembre con el aroma de las flores de cempasúchil y la mezcla de harina, canela, flor de azahar y anís que nos ofrece el pan de muerto, aunque en cada región del país se prepara de diferente manera. Donde hay mayor tradición y consumo del pan de muerto es en el centro y el sur, siendo Oaxaca el estado con más variedad de formas, desde flores y corazones, hasta animales como caballos, burros, conejos, tortugas y cocodrilos.
En el Estado de México podemos encontrar las llamadas “muertes”, un pan antropomorfo con figura humana, hecho de yema de huevo y canela. En la Ciudad de México encontramos el famoso pan de forma circular que simboliza el ciclo de la vida y la muerte. En la parte superior, en el centro, tiene un pequeño círculo que representa el cráneo, las cuatro canelillas hacen alusión a los huesos y a las lágrimas derramadas por los que ya no están; colocadas en forma de cruz pueden simbolizar los cuatro puntos cardinales consagrados a los distintos dioses, Quetzalcóatl, Tláloc, Xipe Tútec y Tezcatlipoca.

Una de las teorías sobre el origen de esta tradición se vincula a la asociación del pan de la eucaristía, influencia de la religión católica que los evangelizadores españoles introdujeron a su llegada a los indígenas. También se asocia a la costumbre azteca de ofrecer doncellas en sacrificio a los dioses y colocar su corazón en un recipiente de amaranto. La última hipótesis que defienden algunos historiadores es que los antiguos pobladores de Mesoamérica enterraban con sus pertenencias a los muertos con un pan elaborado con semilla de amaranto mezclado con la sangre de los que eran sacrificados para los dioses.